59 cadáveres sin adiós
FERNANDO ÓNEGAHabía en Madrid 59 cadáveres que nadie reclamó. Nadie se interesó por ellos: ningún familiar, ningún amigo, ningún alma caritativa los echó en falta. Eran personas y, naturalmente, personas mayores. Diecinueve habían muerto en residencias. Las otras cuarenta, en hospitales. Quienes las habían llevado a la residencia o al hospital las aparcaron allí, encomendadas a un destino incierto, pero dramático, como quien se deshace de una bolsa de basura. No se volvieron a interesar por ellas. Es muy probable que entre 59 personas alguna de ellas tuviese por lo menos un hijo, pero no quiero ni pensar en la dimensión de su desapego, de su olvido, de su desprecio. Gracias a Dios y a las autoridades de la Comunidad de Madrid, tendrán un entierro digno en un cementerio. No se ha perdido toda la humanidad ni toda la sensibilidad. Pero esos pobres fallecidos son la expresión máxima de la soledad; la soledad de que no haya ni quien se interese por saber si está vivo; la patética soledad de quien no tiene quien le quiera dar un adiós. ¿He escrito soledad? Perdonadme: quería decir crueldad.
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